Como la canción de Loquillo, “Feo fuerte y formal”, tres adjetivos que describen a una persona, pero en vez del título de una gran canción de los 80’, éstas fueron las tres excusas que me acompañaron durante casi todos mis años de colegio e instituto y que “justificaron” el bullying que me infligieron tantos chicos de mi curso, como de cursos superiores, marcando una época jodida.
Soy consciente de que hay casos muchísimos peores que el mío puesto que algunos de ellos han acabado de la peor forma posible. Yo sólo quiero aportar mi testimonio de algo que parece nuevo gracias a nuestros amados medios de (in)comunicación pero que lamentablemente de nuevo sólo tiene el nombre.
Siempre ha existido (y si no le ponemos coto, seguirá existiendo) la típica persona que se cree con derecho, cual dictador escolar, a decidir qué es “normal” y a imponer su criterio, mientras que aquello que no encaja dentro de sus estrechos límites es anormal y debe ser eliminado, para lo cual, normalmente cuenta con una corte de seguidores, que al lado del líder se sienten poderosos y le dan la fuerza del grupo, aunque tampoco es raro que actúen en solitario.
Siempre he sido un chico más, del montón, sin destacar demasiado en nada especial y, aunque algo tímido, tenía mi cuadrilla de amigos, bueno, casi siempre eran amigas, con los chicos no me llevaba tan bien, porque en el recreo sólo querían jugar a fútbol y a mi ese juego me aburría y me aburre mucho y su conversación era más limitada que la que tenían las chicas. Pues por el simple hecho de tener más amigas que amigos (que también tenía) o preferir estar más con chicas y jugar a juegos tradicionalmente adjudicados a las chicas como la comba o la rayuela (¡qué bueno era en esos dos juegos!) firmé ya mi sentencia que me haría blanco de sus burlas. Como sabemos, el machismo está muy presente desde bien pronto, fruto de una mala educación en casa y fruto de la inacción del sistema educativo cuando esto se reproduce en las aulas.
Durante los primeros años de primaria, cuando aún conservaba la inocencia, no ocurrió mucho, pero según me acercaba al fin de primaria y nos volvíamos todos unos “tontos” preadolescentes y teníamos contactos con gente mayor, ahí si que ya las burlas empezaron a ser frecuentes.
Aún recuerdo bien, porque se me ha grabado a fuego, que en una fiesta de fin de curso de quinto, en la que en la disco móvil estaban pinchando “Genie in a bottle” de Christina Aguilera y junto con unas amigas nos pusimos a bailar la coreografía del videoclip y ahí escuché mi primer MARICÓN, no mariquita, maricón, por parte de unos chicos del instituto del barrio que habían venido a la fiesta; unos chicos que no tendrían mas de 13 años, pero claro, yo era más crío y ni se me ocurrió responder; traté de ignorarlo, pero aun cayeron algunos “maricón” más, así que me acabé yendo de ahí.
Cuando pasamos a sexto curso, éramos los mayores del cole y fue un curso tranquilo, pero al año siguiente, al pasar al instituto, volvíamos a ser los más pequeños otra vez, niños de apenas 12 años conviviendo con gente de hasta 18 años. Éramos blanco fáciles.
Mi fama de “marica” o “mariquita” siguió, puesto que como seguía dejándome ver más con chicas que con chicos se asociaba una cosa con la otra. En esos años de “estupidez adolescente” se mantienen y desarrollan los prejuicios y estereotipos adquiridos en casa y los chicos –se supone- deben de tener amigos, pero no amigas; las chicas deben ser novias y poco más. Yo me salía de esa absurda norma no escrita.
A esto debemos sumarle que yo en aquellos años estaba bastante gordo, otra excusa fácil y jugosa. El gordo y el marica son básicos en el imaginario de los marginados y de los acosados, imaginad si se juntan en una misma persona…
Pero aún hay mas… se me daban bien los estudios, bueno, salvo las matemáticas y más tarde la física y la química, asignaturas que odiaré por los siglos de los siglos, pero en el resto de asignaturas sacaba muy buenas notas y aunque no lo restregaba, todos sabíamos las notas de todos, con lo que se despertaban envidias y rechazos. Ya estaba el pack completo: empollón, gordo y marica. Objetivo marcado: apunten y disparen.
Todos vivíamos muy tranquilos, excepto por cuatro o cinco “joyitas del curso”, los populares podríamos decir, como en las pelis americanas, sólo que en vez de ser animadoras y quaterbacks, eran los bandarras del barrio, machitos unicelulares que debían marcar paquete y territorio para demostrar quien mandaba, chavales que -desde luego- no destacaban académicamente y que básicamente nos tocaban a todos las narices, cebándose especialmente con aquellos a quienes marcaban como diferentes y que, siempre según ellos, no teníamos derecho alguno. Yo fui uno de sus objetivos más claros.
Quizá no fuera muy escandaloso su sistema, pero era un continúo pico y pala contra mi, entre otros compañeros.
Un “empollón de mierda” bien audible cuando daban las notas en voz alta en clase, acompañado de risitas de los seguidores, un empujón a mala leche en los pasillos al pasar cerca de ellos; un “¿qué miras, marica?”, “quita del medio, sarasa” o, un directamente “maricón” en los pasillos, o donde peor la pasaba, al entrar o salir de los vestuarios, antes o después de Educación Física, sobre todo si tocaba a primera o última hora, porque eso significaba tener que entrar al vestuario a dejar la mochila, el abrigo… y luego, tras la clase volver a recogerlo, lo que les daba la oportunidad de acorralarme en el vestuario y empezar con los comentarios de rigor.
Tanto miedo le tenía a ese momento que corría para llegar el primero al vestuario y salir al recreo y dar la clase; lo mismo hacía al acabar y así evitar el encuentro.
Pero a los compañeros de mi curso hay que sumar los de los cursos superiores, a los que no se podía ni mirar porque sólo eso era ya era provocarles.
Ellos elegían, ya que iban a otras clases, las entradas y salidas del instituto, o la entrada y salida del recreo para también marcar su territorio.
Llegó un momento que entraba o salía con la cabeza gacha, mirando al suelo, casi como haciendo una reverencia y deseando que no se fijaran en mi ese día. Acabé estando casi siempre alerta y tardaba en bajar la guardia hasta que no me encontraba completamente seguro no estaba tranquilo. Eso, aún hoy en día, a veces me sigue pasando.
Ese instinto de supervivencia me ayudó a eso, a sobrevivir a esos años. Cuando los mayores acabaron el instituto y mis “compañeros”, auténticos zotes, cumplieron los 16 años y prácticamente abandonaron el instituto, aquéllos a quienes machacaban a diario nos quedamos muy tranquilos, yo el primero. Pero la huella de esos años no se borra, os lo prometo.
Supongo que son unos años difíciles para todos y que la adolescencia es compleja, vamos cada uno a nuestra bola intentando construirnos y aunque tenía amigxs mi sensación fue que ese período consistió en un auténtico “sálvese quien pueda”. Pasados unos años creo que es un error, entre otras cosas porque los casos de bullying no son aislados.
El miedo a enfrentarse a los acosadores hace que aquéllxs que no te defienden ni te atacan, aquéllxs que miran, acaban convirtiéndoles en parte del problema. Creo que lxs profesores, faltos de recursos y, muchas veces, faltos de interés, no se implican lo suficiente. Y lo creo porque esto es lo que me faltó a mi, primero, tener seguridad para denunciar lo que me pasaba, pero sobre todo me faltó más apoyo de otrxs compañerxs y amigxs. En mi caso me encontré con la ley del silencio, por eso creo que hay que romper esa tradición de que no hay que sufrir en silencio, como las hemorroides.
Ni el instituto es la antigua mili, ni siendo unos años que marcan para siempre deben vivirse con miedo.
Contar con programas que trabajan la diversidad afectivo- sexual, el respeto, la comunicación, la igualdad y la no discriminación como es Red Educa, de intervenciones educativas en el aula, facilitan mucho nuestro desarrollo, nos empoderan, crean referentes positivos, nos informan desde la cotidianeidad y trabajan para evitar situaciones como las que a mi me pasaron, como lo que a mi me marcó. Todavía hoy lo que recuerdo con dolor y trabajo, desde la felicidad de mi vida actual, para que no les suceda a otras personas.
Carlos tiene 27 años, es gay visible y activista voluntario del Grupo de Jóvenes de SOMOS. Cuando se ideó esta campaña fue una de las primeras personas que dijo, por favor, hagamos algo para que no les pase lo que me pasó a mi.
Vuelta al cole sin bullying es una campaña en la que los Grupos de Jóvenes y de Educación de SOMOS recuerdan que además de disponer de un servicio de información y asesoramiento a jóvenes LGTB+, la ONG interviene en los centros educativos con programas de formación, sensibilidad y visibilidad. Charlas e intervenciones dirigidas a jóvenes y adolescentes, al profesorado y a las familias. Además, SOMOS cuenta con el Grupo de jóvenes, un equipo humano formado por chavalas y chavales de entre 20 y 30 años donde la socialización, las campañas identitarias, la participación en sociedad y la incidencia política son fundamentales.
Si tienes interés en conocer estos programas puedes hacer click aquí. Además, la ONG facilita el correo electrónico de contacto educacion.somos@felgtb.org y si quieres participar como en el Grupo Joven o dar información sobre el mismo a gente joven puedes dirigirte a somos.grupojovenes@gmail.com
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