Hoy nos despedimos con el corazón roto y el alma llena de gratitud por haberte tenido en nuestras vidas. Fuiste mucho más que parte de esta organización; fuiste un pilar inquebrantable, un faro de lucha y un abrazo cálido en los días más oscuros. Sin embargo, Cheya no ha muerto: se ha transformado en memoria, en legado, en la semilla de justicia que seguirá creciendo en cada una de nosotras.
Fuiste una activista de los pies a la cabeza, una guerrera que llevó la bandera trans con una valentía que nos enseñó a no callar jamás. Con tu voz ronca de sabiduría y tus palabras afiladas como espadas, defendiste a las nuestras cuando nadie más lo hacía. No había injusticia que se te escapara ni compañera abandonada a la que no extendieras la mano. Eras fuego y miel: dura como el acero ante la discriminación y dulce como el verano cuando se trataba de acoger a quien lo necesitaba.
No solo luchaste por los derechos de las mujeres trans; los encarnaste. Viviste cada arruga como una medalla y cada mirada de rechazo se convirtió en la razón para alzar la voz con más fuerza. En un mundo que quiso borrarte, tú te escribiste a ti misma con letras imborrables, demostrando que no hay lucha pequeña, que la dignidad no se negocia y que la sororidad es el arma más poderosa.
Nos dejas un vacío imposible de llenar, un hueco que solo tu risa podía colmar, pero también nos dejas el ejemplo y la responsabilidad de continuar tu lucha con la misma pasión que siempre te caracterizó. Por ti y por las que vendrán, seguiremos en pie, llevando en nuestros corazones la memoria de tu coraje y tu amor inquebrantable.
Y a ti, compañera, te decimos esto:
«No es adiós, es hasta siempre. Dondequiera que estés, sigue agitando los cielos con tu rebeldía. La tierra te sea leve, el viento lleve tu nombre y las estrellas brillen con tu orgullo trans. Descansa, hermana. Nosotras seguimos la batalla.»
Con todo nuestro amor, Tus hermanas de SOMOS.


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