Soy de un pueblo de esos chiquitines que sólo salen en los mapas gracias a la era digital y a los satélites con los que consigues distinguirnos a duras penas. Al más puro estilo de Narnia, Hogwarts o Nunca jamás…
Existen, escondidos, con su propia magia y realidad, esos pequeños pueblos aragoneses, esos pequeños pueblos de una provincia llamada Teruel, que sí existe. Lugares donde todo el mundo sabe todo de y donde los 90 eran los 70 e Internet o la Televisión eran difíciles de tener. No hace falta decir más que, a día de hoy, todavía siguen llegando “las modernidades”.
Participo en esta Campaña porque para solucionar un problema (el bullying LGTBIfóbico) hay que hablar de él sin recrearse; no vale ignorarlo. Debemos romper los tabúes sociales, perdonar, perdonarse y hablar de los problemas como se debe.
Mi infancia y el miedo
Por motivos que no vienen al cuento, empecé a ser el blanco de las iras de los mayores… rol que, no sé si sabéis, es muy difícil de soltar. Y me rompí por ello. Me rompí tanto porque estaba en una época en la que yo mismo necesitaba hasta llamarme de otra forma y ser otra persona para ser yo lo menos posible. Necesitaba escapar de la realidad y situarme donde debía y donde quería estar. Decidí que ir a clase se iba a convertir en el perfecto juego de rol; adoptaría uno, casi casi como lo que venía marcado en mi pueblo: sólo tienes un papel en la vida.
El punto de inflexión fue cuando las nenas estaban emparejándose
- a mí me gusta Iván
- ¡Ay, no! Iván me gusta a mi
- Pues yo con Guillermo…
Silencio
- ¿y a ti, Julia?
- Julia no tiene, ¿quién va a quererla? Jajajaja…
¡Y a mí también me gustaba alguien! y como yo también quería reírme, inocente de mí, lo solté:
- A mí me gusta… me gusta Noelia.
Silencio.
No, en mi pueblo no se conocía esa palabra, me sentí muy mal al escuchar “lesbiana”:
- Eso no puede ser, no te puede gustar Noe porque ella es una chica y tú otra.
- No puedo gustarte, ni quiero gustarte, déjame en paz, me dijo Noe mirándome a lo ojos con cara descompuesta.
Me sentí como un monstruo. Un poco más monstruo, porque ya tenía sobre mis espaldas que mi padre me hubiera dicho en más de una ocasión que habría preferido un chico, o que, en el fondo, sabía que algo estaba mal en mí; no era sólo por lo que los demás quisieran o esperaran de mi. Yo jamás había estado a gusto con mi cuerpo y había desarrollado mas los llamados roles masculinos.
¿Existía alguna forma de ser un chico? No es que realmente despreciara todo mi cuerpo, era una sensación extraña, en aquel momento no entendía que no importan los deseos de los demás sobre ti porque eso no me iba a hacer feliz. Con el tiempo he sabido que para ser feliz debes ser auténtico y aceptarte.
Durante años, y tras esa “confesión a mis amigas”, esos niños y niñas me amargaron, pegaron, infravaloraron…
Suele decirse que los acosos se quedan en las aulas mientras los acosados nos vamos. En un pueblo, no, no sucede a sí. A mi llegaron hasta a darme palizas y pegarme delante de los profesores. Algunos intentaron ayudar como pudieron, otros hicieron una mueca al vacío al más puro estilo “estos críos de pueblo…”.
- “¿Por qué no haces los ejercicios?”
- “Julia, tienes que estudiar”
- “Tienes que esforzarte”
- “¡Por un oído te entra y por otro te sale! da igual cuanto te diga…”.
Por qué no me preguntaron nunca “¿Julia, qué te pasa?” o ¿por qué no investigaron, intervinieron, educaron y frenaron los abusos?
- “Si no traes los ejercicios, sin recreo ¡¿Me escuchas?!”
Claro que escuchaba… Y lo tenía claro mientras tanto; pensaba: ¡mejor! Aquí por lo menos no tengo que soportar que me rechacen al intentar jugar algún juego.
Y yo me adentraba en mi mundo y me imaginaba que si un mago me convirtiera en Rey podría mandarles que me dejaran en paz, o mejor aún, soñaba con que el mago me convirtiera en un chico y así yo ya no sería distinto, podría ser normal, no me pegarían, no se meterían conmigo, Noelia podría decidir si le gusto, mi padre sería feliz, todo sería mejor…
Con el paso de los años y con el paso de las risas, burlas y palizas que sufrí Yuraki dejo de hablar, de llorar, de reir, de gritar… No quería sentir y sólo daba vueltas a la pregunta de ¿Cuándo acabara todo esto?.
Mi pubertad trans
Con la llegada de la pubertad empecé a replantearme mi existencia, como ya lo había hecho varias veces en mi infancia, porque comenzaron a agrandarse los cambios, y no sólo los físicos.
Aquí, en las zonas rurales, cuando pasas de tu colegio (en tu mismo pueblo, si tienes suerte de que esté abierto) al instituto (en un pueblo más grande que el tuyo y agrupa a varios peque-municipios) mis acosadores habituales tuvieron más entretenimientos, ya no sólo era yo. Ahora me acompañaban los inmigrantes, otras niñas, otros chicos con pluma de otras zonas, los chicos gorditos… Los diferentes.
La última semana de octubre de mis 16 años lo cambio todo. En el autobús del instituto le estaba yo pasando a Jon una serie de comics que dibujaba y fue interceptado por ellos.
- ¡oh! ¿qué es esto? Un comic, ahora también dibuja
Se decían mientras se lo pasaban de mano a mano hasta que alguno tuvo que hacer la gracia y lo partió por la mitad
- vaya, qué pena,
- eh mira, está llorando ¿por qué lloras? Jajaja
Recogí esos pedazos de mí y, en silencio, acumule mucha rabia, una rabia que siguió durante años y que, cada vez que recuerdo ese instante, sigue estando. ¡Estaba tan cansado! tan cansado de golpes, de insultos, de torturas, de motes estúpidos, de que me rompieran cosas y de tantos años de machaque continuo que les dije:
- ¡Quietos! malditos gilipollas, ahora me vais a escuchar a mí
Se quedaron paralizados pero con expectativa, alguno seguramente ya se apretaba el puño.
- ¿De qué coño vais? Destrozando todo siempre. Lo de los demás no os importa nada… pero sabéis qué os digo, que ya podéis pegarme todo lo que queráis e insultarme. El día de mañana yo seré alguien, os lo juro. Y vosotros, ¿Qué vais a ser vosotros? Nada, os quedareis aquí.
No es por menospreciar ningún oficio, cada uno ha de ser lo que desee ser, realizarse, pero en ese momento sentí lo sentí y dije lo que dije.
- ¡Yo me iré! Me iré de aquí, haré mi vida fuera y seré alguien. Y vosotros… ¡Una mierda!
Espere algún golpe pero no hubo ni respuesta. Y en cuanto ya paramos y se fueron, me rompí del todo. Unas semanas más tarde, tiraron mi mochila y la de otros compañeros a un bancal y cuando subí por el ribazo empezaron a tirarme piedras y cuando, de camino a casa, le preguntaba a uno de los mayores “por qué me hacéis esto” la respuesta fue “cállate, te la vas a ganar”, seguida de una patada tal, en la rodilla, que caí al suelo y recibí otra en la cara… aún guardo mis gafas dobladas. Me quedé en el suelo un rato, tirado, llorando, mientras una señora le gritaba “¿Pero qué has hecho? ¡Casi la matas!”
A lo que uno de mis acosadores contesto: “¡Eso tendría que haber eso, haberla matado!”
Llegué tarde a casa y mis padres me llevaron a urgencias; hubo que poner un parte judicial y yo durante mucho tiempo me sentí culpable porque algunos padres se dedicaron a hacerle la vida imposible a los míos. Marginaron a mi madre, se reían de mi padre y la relación con mi padre empeoró un montón. Otros padres no hicieron nada porque negaban que sus hijos fueran capaces de hacer según qué cosas o incluso les parecía normal que lo hicieran.
Puede que yo, durante años, no hubiera semana o día que no pensara en acabar con mi vida, os lo prometo. Me creí los insultos que me lanzaban con cada golpe: ¡Maricón!, bollera, nenaza, gorda, enana, gilipollas, inútil, gafotas, ojala te mueras, ¿Por qué no te suicidas?.
Y con los años me fui de ahí. Encontré amigos, buenas personas que no buscaban a alguien por interés o por protección. Descubrí el amor y la pasión ¡de las reales!, de las de verdad, amores sanos (aunque también encontré de los malos). Aprendí muchas cosas, cosas que no se aprenden en el pueblo o que al menos yo no podría haberlas aprendido.
Puede que vosotras y vosotras no hayáis pasado por nada similar, pero si veis que algo así (o parecido) está pasando, no os calléis, no seáis cómplices porque si miráis y calláis, aunque no hagáis nada, seréis cómplices. Porque si negáis lo ocurrido o lo veis como normal, sois cómplices.
En mi caso, el activismo LGTB hizo que empezara a valorarme, a quererme, a sentirme especial y única, pero esta vez en positivo, por primera vez en mi vida. Conocí a gente súper distinta, diversa, ¡vaya tropa éramos! y con todas nuestras diferencias sólo había respeto… Me empoderé, me quise, me valoré; crecí como persona y empecé a ponerle nombre a mi identidad, a mi expresión a mi orientación… Me situó mucho en el mundo y poder contar esto en público es muestra de esto, para mi ya es triunfar en la vida.
Julia es técnica de imagen y sonido, tiene 27 años, es trans visible y activista LGTB+. Descubrió el activismo LGTB con 18 años y desde entonces ha sido un referente de lucha en todos las organizaciones donde ha estado. Co- fundó SOMOS con otras compañeras y compañeros y ha estado presente siempre en las campañas y proyectos de prevención del bullying homofóbico, bifóbico y transfóbico, sobre todo en el ámbito rural aragonés.
Vuelta al cole sin bullying es una campaña en la que los Grupos de Jóvenes y de Educación de SOMOS recuerdan que además de disponer de un servicio de información y asesoramiento a jóvenes LGTB+, la ONG interviene en los centros educativos con programas de formación, sensibilidad y visibilidad. Charlas e intervenciones dirigidas a jóvenes y adolescentes, al profesorado y a las familias. Además, SOMOS cuenta con el Grupo de jóvenes, un equipo humano formado por chavalas y chavales de entre 20 y 30 años donde la socialización, las campañas identitarias, la participación en sociedad y la incidencia política son fundamentales.
Si tienes interés en conocer estos programas puedes hacer click aquí. Además, la ONG facilita el correo electrónico de contacto educacion.somos@felgtb.org y si quieres participar como en el Grupo Joven o dar información sobre el mismo a gente joven puedes dirigirte a somos.grupojovenes@gmail.com
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